Los trabajadores de la industria eléctrica pueden trabajar en muy diversos ambientes: trepan hasta lo más alto de las torres rurales de transmisión y empalman cables en registros situados bajo las ajetreadas calles de las ciudades; sudan a mares en los pisos superiores de las centrales eléctricas en verano y tiritan de frío cuando reparan líneas de distribución elevadas derribadas por un temporal. Las fuerzas físicas a las que se enfrentan son enormes. Una central eléctrica, por ejemplo, impulsa vapor a tal presión que la rotura de una tubería puede escaldarles y sofo- carles. Entre los peligros físicos existentes en las centrales, además del calor, cabe citar el ruido, los campos electromagnéticos (CEM), la radiación ionizante de las instalaciones nucleares
y la asfixia en espacios cerrados. La exposición al amianto ha sido un motivo importante de morbilidad y polémica, y está surgiendo la preocupación por otros materiales aislantes. Se utilizan mucho productos químicos cáusticos, corrosivos y disol- ventes. Las centrales también emplean trabajadores para desempeñar tareas especializadas como la extinción de incendios o el buceo (para inspeccionar sistemas de admisión y descarga de agua), que se ven expuestos a riesgos específicos e intrínsecos de dichas tareas.
Aunque las modernas centrales nucleares han reducido la exposición de los trabajadores a la radiación durante los períodos normales de servicio, puede producirse una exposición importante durante las paradas de mantenimiento y recarga.
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