El funcionamiento de una turbina-caldera de alta presión requiere una rigurosa serie de controles que garanticen la seguridad de su manejo. Dichos controles abarcan la integridad física del equipo y la habilidad, conocimientos y experiencia de los operarios. Para asegurar la integridad de los componentes de alta presión se combinan las especificaciones de las modernas normas técnicas con inspecciones rutinarias de las juntas soldadas por medio de técnicas visuales y técnicas no destructivas de formación de imágenes (rayos X y métodos fluoroscópicos). Además, las válvulas de seguridad, que se comprueban regularmente, impiden la acumulación de un exceso de presión en la caldera. Para proporcionar al personal los conocimientos y cualificaciones necesarios puede establecerse un proceso interno de formación, unido a la acreditación gubernativa, a lo largo de varios años.
El entorno de la casa de máquinas consiste en un conjunto de complejos sistemas diseñados técnicamente para transportar combustible, aire de combustión, agua de calderas desminerali- zada y agua de enfriamiento para la caldera. Además de los riesgos derivados del vapor a alta presión, existen otros riesgos convencionales y físicos/químicos que deben conocerse y controlarse. Durante el funcionamiento, el riesgo más generalizado es el ruido. Los estudios demuestran que todo el personal de operación y mantenimiento soporta una exposición media ponderada en el tiempo de más de 85 dBA, que requiere el empleo de protecciones auditivas (tapones u orejeras) en gran parte de la casa de máquinas y la realización de exámenes audiométricos periódicos para evitar el deterioro del oído. Entre las principales fuentes de ruido cabe citar los pulverizadores de carbón, el turbogenerador y los compresores de aire para servicio de la central. Los niveles de polvo existentes en la casa de máquinas durante el funcionamiento dependen del estado de conservación del aislamiento térmico. Esto es especialmente importante por cuanto los aislantes antiguos contienen altos niveles de amianto. Con un cuidadoso mantenimiento de los controles (principalmente mediante encolado y retención del aislamiento deteriorado) se consigue que las concentraciones de amianto en el aire sean indetectables (0,01 fibras/cm3).
La fase final del proceso operativo que crea posibles riesgos es la recogida y manipulación de las cenizas. Para recoger las cenizas se utilizan grandes precipitadores electrostáticos, habi- tualmente situados fuera de la casa de máquinas, aunque en los últimos años cada vez se utilizan más los filtros textiles. En ambos casos, las cenizas se extraen de los gases de combustión y se conservan en silos de almacenamiento. El polvo es inherente a todos los procesos de manipulación posteriores, a pesar de los esfuerzos de diseño técnico realizados para controlar su nivel. Este tipo de ceniza (que son cenizas volantes, frente a las cenizas de sedimentación acumuladas en el fondo de la caldera) contiene una parte significativa (entre un 30 y un 50 %) de partículas respirables y constituye por tanto un posible problema por sus efectos para la salud de los trabajadores expuestos. Dos de los componentes de estas cenizas pueden ser relevantes: la sílice cristalina, asociada a la silicosis y posiblemente al cáncer de pulmón, y el arsénico, asociado al cáncer de piel y de pulmón. En ambos casos es necesario realizar evaluaciones de exposición para determinar si se sobrepasan los límites normativos y si se precisan programas de control específicos. Dichas evaluaciones, que incluirán la realización de estudios con muestreos perso- nales, deberán abarcar a todos los trabajadores que puedan verse afectados, incluidos los que queden expuestos durante las inspecciones de los sistemas de acumulación de polvo y de las superficies de rectificado y calentamiento de la caldera, donde es sabido que se deposita arsénico. Los programas de control, en caso necesario, deberán comprender la información a los trabajadores sobre la importancia de evitar la ingestión de cenizas (no comer, beber ni fumar en las zonas de manipulación de cenizas) y la necesidad de lavarse minuciosamente después de estar en contacto con ellas. Los niveles de polvo encontrados en estos estudios suelen indicar la existencia de unas buenas prácticas de seguridad y de un programa de control respiratorio de la exposición al polvo peligroso. Por ejemplo, la base de datos de mortalidad laboral que mantiene el Instituto Nacional para la Salud y la Seguridad en el Trabajo (NIOSH) no tiene registrados fallecimientos imputables a la exposición a sílice o arsénico en la industria eléctrica norteamericana.
El entorno de la casa de máquinas consiste en un conjunto de complejos sistemas diseñados técnicamente para transportar combustible, aire de combustión, agua de calderas desminerali- zada y agua de enfriamiento para la caldera. Además de los riesgos derivados del vapor a alta presión, existen otros riesgos convencionales y físicos/químicos que deben conocerse y controlarse. Durante el funcionamiento, el riesgo más generalizado es el ruido. Los estudios demuestran que todo el personal de operación y mantenimiento soporta una exposición media ponderada en el tiempo de más de 85 dBA, que requiere el empleo de protecciones auditivas (tapones u orejeras) en gran parte de la casa de máquinas y la realización de exámenes audiométricos periódicos para evitar el deterioro del oído. Entre las principales fuentes de ruido cabe citar los pulverizadores de carbón, el turbogenerador y los compresores de aire para servicio de la central. Los niveles de polvo existentes en la casa de máquinas durante el funcionamiento dependen del estado de conservación del aislamiento térmico. Esto es especialmente importante por cuanto los aislantes antiguos contienen altos niveles de amianto. Con un cuidadoso mantenimiento de los controles (principalmente mediante encolado y retención del aislamiento deteriorado) se consigue que las concentraciones de amianto en el aire sean indetectables (0,01 fibras/cm3).
La fase final del proceso operativo que crea posibles riesgos es la recogida y manipulación de las cenizas. Para recoger las cenizas se utilizan grandes precipitadores electrostáticos, habi- tualmente situados fuera de la casa de máquinas, aunque en los últimos años cada vez se utilizan más los filtros textiles. En ambos casos, las cenizas se extraen de los gases de combustión y se conservan en silos de almacenamiento. El polvo es inherente a todos los procesos de manipulación posteriores, a pesar de los esfuerzos de diseño técnico realizados para controlar su nivel. Este tipo de ceniza (que son cenizas volantes, frente a las cenizas de sedimentación acumuladas en el fondo de la caldera) contiene una parte significativa (entre un 30 y un 50 %) de partículas respirables y constituye por tanto un posible problema por sus efectos para la salud de los trabajadores expuestos. Dos de los componentes de estas cenizas pueden ser relevantes: la sílice cristalina, asociada a la silicosis y posiblemente al cáncer de pulmón, y el arsénico, asociado al cáncer de piel y de pulmón. En ambos casos es necesario realizar evaluaciones de exposición para determinar si se sobrepasan los límites normativos y si se precisan programas de control específicos. Dichas evaluaciones, que incluirán la realización de estudios con muestreos perso- nales, deberán abarcar a todos los trabajadores que puedan verse afectados, incluidos los que queden expuestos durante las inspecciones de los sistemas de acumulación de polvo y de las superficies de rectificado y calentamiento de la caldera, donde es sabido que se deposita arsénico. Los programas de control, en caso necesario, deberán comprender la información a los trabajadores sobre la importancia de evitar la ingestión de cenizas (no comer, beber ni fumar en las zonas de manipulación de cenizas) y la necesidad de lavarse minuciosamente después de estar en contacto con ellas. Los niveles de polvo encontrados en estos estudios suelen indicar la existencia de unas buenas prácticas de seguridad y de un programa de control respiratorio de la exposición al polvo peligroso. Por ejemplo, la base de datos de mortalidad laboral que mantiene el Instituto Nacional para la Salud y la Seguridad en el Trabajo (NIOSH) no tiene registrados fallecimientos imputables a la exposición a sílice o arsénico en la industria eléctrica norteamericana.
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